"Atrapada" es el testimonio de una defensora de derechos humanos en Honduras
- Itsmania Platero
- 25 sept 2024
- 5 Min. de lectura
Por Itsmania Platero (copublicado con Los Ángeles Press)
No cabe duda de que la primera noche es la más dura; la supremacía del impotente te deja desnuda como el día que naciste. Un movimiento sincronizado te despoja de todas tus pertenencias; en un instante todo se vuelve prohibido. A alguien no le gustó la lengua de mis zapatos y me dejó descalza, media ciega por el asqueroso olor a mierda y orines. No sabes cuál es más fuerte, si el que emana de la boca de tu enemigo o el de la bartolina, cuatro paredes que escuchan pero no hablan.
Atrapada por más de diez hombres, se sonríen victoriosos adjudicándose su mejor punto. Cuando te meten en la celda y escuchas el cierre del candado y los enmohecidos barrotes frente a tus narices, te das cuenta de que es de verdad. En un abrir y cerrar de ojos, toda tu vida se ha ido al carajo; no te queda nada excepto todo el tiempo. La supremacía de otro, que sin haberte llevado a juicio te declara "culpable", te sume en un desasosiego profundo.
Una ruda policía te tira a la paila de una patrulla y te dice: "Aquí ya vas a los juzgados, no eres más que una detenida." Sin permitir respuesta, te das cuenta de que estás sometida.
Algunos pescaditos casi enloquecen. La primera noche, siempre hay más de uno que rompe a llorar, siempre.
Atrapada tras las rejas de barrotes enmohecidos por el llanto indiferente para las autoridades. Un turno de lunes a domingo impide tener una noche placentera. No sé adónde me llevan. Más de diez mujeres con uniformes de policías, entregadas a la suerte. La vida las hizo más rudas que los hombres, sin una vida en familia, ni ver crecer a sus hijos, todas madres solteras. Al paso de los días no se dan cuenta de que el tiempo se llevó su juventud y sus sueños, quedando atrapadas, privadas de libertad, sin la esperanza de que alguien algún día valore sus esfuerzos.
He tenido en mi vida episodios relacionados con la libertad que todavía sobreviven. El derecho a trabajar y expresar, difundir libremente las opiniones, debería ser fundamental en nuestras sociedades en procesos acelerados de involución. Aunque se habla de libertades, la censura es una brecha abismal que conduce a un pueblo al borde del canibalismo y la barbarie, al extremo de que ya no sabemos en quién confiar. Las organizaciones corruptas se hicieron más legales operando a la luz del día, con la imagen de un sagrado uniforme.
La violencia cibernética y las recurrentes amenazas también se hicieron parte del diario acontecer, deshumanizándolo todo y descontrolando mis sentidos al ver a la familia llorar. Me cegó la impotencia; mis ojos no resistían la luz del día. El frío de la prisión congeló la médula de mis huesos, y alejándome de mi entorno, ahí "deje de ser yo y hoy, voy a ser 'ella'". Me imaginaré frente al micrófono, detrás de un pesado fusil, de unos barrotes, de la mujer que vende en un mercado o quizás haciendo de feliz esposa. Todo quedará grabado. Empiezan los comentarios, se difunde electrónicamente para informar con mensajes e imágenes cada vez más distorsionados. No importa lo que yo diga; están protegidos por el poder y la libertad de expresión, lo que los vuelve fuertes.
Los que escuchan, también los que opinan, pero yo ahí perdí mis derechos. Y me condujeron en la paila de una patrulla con grilletes en mis manos. La experiencia fue abrumadora y desagradable, con un sinnúmero de insultos despectivos, mensajes y comentarios groseros. Pareciera que cada palabra producía en ellos y ellas cierta satisfacción sexual. El poder de un pesado fusil les da el espacio que hace tiempo perdieron en la sociedad.
Como quieras, las cuatro sucias paredes revelan múltiples historias escritas quizás con un pedazo de hierro. Víctima de amenazas, discriminación y vigilancia a través de teléfonos celulares, correos electrónicos y redes sociales. Para mayor angustia, las escenas de violencia física también estaban dirigidas a la familia inmediata y a las amistades.
Decidí borrarme de todas las redes sociales. La violencia relacionada con la tecnología impactó directamente mi derecho a la libertad de expresión. Aun así, continuaba buscando justicia.
“Se limita la libertad de expresión cuando se crea un entorno de miedo, acoso, intimidación, aislamiento social, y se fortalece la impunidad. La libertad se visualiza como un horizonte cada vez más lejano".
Comienzan los ataques del amor; la mujer solitaria cree que va a encontrarse con el hombre de su vida, confiada en mensajes románticos. Una vez aislada, se entera de que son mentiras y se encuentra atrapada en un ciclo sin salida. Carmen cuenta que accedió a encontrarse con su agresor en una ciudad cercana. Cuando llegó, fue recibida por un extraño que la llevó hasta la casa, donde ella quedó atrapada.
Durante todo ese tiempo, fue víctima de violencia. Estas escenas muestran la incapacidad de la sociedad para promover derechos, prevenir violaciones, fortalecer igualdades y perseguir a los perpetradores, así como la relación directa entre la protección de la libertad de expresión y la forma en que la sociedad trata a las mujeres que eligen buscar justicia.
La mujer, además de madre, deberá aprender a sobrevivir segura en el peligro y entender que se enfrenta a la exclusión económica, social y cultural. Las únicas medidas de protección que adoptan los derechos humanos son conductas restrictivas inadecuadas; la primera sentencia es no salir del país. Sin pensarlo, me limito a no salir de la casa, vivir aterrada, sentirme culpable, inferior a los demás, castigándome a mí misma, lejos del mundo. Así me convertí en “sobreviviente”.
“La libertad de expresión tiene algo de parodia y provocación porque molesta a muchos, y ampara incluso a quienes violentan los límites de la decencia o del respeto. El único límite a esta es la ley. Si no, cada ciudadano haría sus propias reglas en función de sus valores. La libertad de expresión no es absoluta; debe ser generosa para permitir que hablen los que no piensan como nosotros e incluso reconocer su derecho a molestarnos.” Se respira rumbo a los tribunales un ambiente de satisfacción. Me doy cuenta de que no eran los 200 dólares el castigo, sino todo el proceso que llevé desde la detención. Una serie de fotografías que roban tu dignidad, te dicen que eres "culpable". Vamos sin rumbo a un lugar desconocido, fuertemente custodiada, como si fuera una temible asesina, a mi lado un joven reincidente por consumo de marihuana.
“Regla No. 1: No blasfemar. Prohibido tomar el nombre del Señor en vano en mi prisión. Las otras reglas ya las irán sabiendo. ¿Alguna pregunta?- ¿Cuándo comemos?- Comen cuando yo diga, cagan cuando yo lo diga y mean cuando yo lo diga. ¿Entendiste, cabrón hijo de puta?”—Bob Gunton






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