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Pantallas mandonas y celosas

  • Javier H. Contreras
  • 20 sept
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 21 sept


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Estudiar filosofía no es un lujo académico: es un acto de libertad y sentido en medio de la inmediatez digital y la desinformación, así empieza la reflexión de Filosofia en la Red, a propósito de este mundo de pantallas, tecnología digital e inteligencia artificial.


Las pantallas han resultado controladoras que nos obligan a enfocar la atención en ellas. Son altamente celosas y egoístas porque no permiten ninguna distracción. Son controladoras y manipuladoras porque deciden que debemos ver, pero más aún, qué pensar.


Uno de los retos actuales de la filosofía, es luchar contra la cultura de la inmediatez, del ya, del ahora mismo o de la ejecución sin meditación. Antes teníamos el miedo de “meter la pata” por rápidos y furiosos, y luego nos invadía una cruda moral por no medir las consecuencias de nuestras decisiones y hechos. El arrepentimiento de sentirnos irracionales o irreflexivos nos servía de lección de vida para próximas acciones.


Hoy, ni siquiera nos percatamos de que estamos inmersos en las pantallas, en un mundo veloz, ferozmente rápido, donde entre banalidades, entretenimiento y ociosidad digital, vemos pasar la vida frente a nosotros con una velocidad mareante.


Esa inmediatez nos está arruinando la capacidad reflexiva y cerebral de pensar para actuar. Las redes sociales no nos permiten descanso ni reposo.


¿Ha observado a personas sumidas en trance hipnótico mientras le avanzan a cada imagen en Instagram? ¿qué suspenden cualquier actividad para no despegar la vista de las pantallas?


Sumado a la inmediatez, ahora la inteligencia artificial, pretende suplantar la creatividad e ingenio humano con cálculos estadísticos y de algoritmos.


Y la pregunta natural, la lanza también Filosofia en la Red: si dejamos que la inteligencia artificial píense por nosotros ¿qué quedará de la filosofía?


Si permitimos que la inteligencia artificial tome decisiones por nosotros, ¿qué quedará de la voluntad y de la libertad? O si dejamos que la inteligencia artificial diseñe, elabore y proponga ¿qué será del arte, la imaginación y creatividad humanas?


Estamos en un punto de inflexión ante el alud de comentarios pesimistas de que las humanidades y la filosofía han sido desplazadas por las modernas tecnologías representadas por pantallas por todos lados. Pantallas que cargamos en el bolso o en la mano de manera permanente; pantallas espías que nos vigilan y con las que vigilamos; pantallas que anulan procesos de reflexión para emitir decisiones seres y razonadas, sin la prisa inmediata que nos presiona la tecnología digital.


Las pantallas no piensan ni emiten juicios, pero nos entregamos a ellas, son mandonas y con un alto nivel de celotipia nos celan si volteamos a otro lado, si queremos leer un libro, si queremos escribir un texto. Solo quieren que las veamos de manera obsesiva y compulsiva.


No es casualidad que los altos niveles de depresión y angustia estén ligados irremediablemente a los excesos de uso o mal uso de las redes sociales y de una permanencia enfermiza ante las pantallas.


Hemos perdido la calma y serenidad para ver la vida desde otro ángulo y el bálsamo que puede ofrecer la filosofía es rechazado porque hemos ido perdiendo la capacidad de ver hacia nosotros mismos, de voltear la vista hacia dentro. La filosofía es la actividad natural, humana, emocional y cerebral de buscar la felicidad y el sentido de la vida.


La filosofía nos da respuesta a nuestras emociones y conflictos internos, nos enaceita las neuronas para conocer y comprender y por supuesto nos estimula el corazón para amar. La filosofía nos permite desarrollar el pensamiento crítico que es una de las esencias del humanismo.


Mientras que la filosofía, desde su origen y razón de ser, busca el origen de las cosas o en otras palabras llegar a la verdad conociendo la realidad, vivimos en una gran dispersión mental que saber poco de todo y nada de nada por la mencionada inmediatez que ni siquiera da tiempo de asimilar las cosas y su entorno. Vivimos para agotar lo más rápido posible el tiempo, nuestro tiempo y nuestra vida, por lo que se ha perdido la noción del tiempo.


Si bien, la lectura es para entender, la hemos relegado por facilidad y comodidad. La fascinación por las pantallas nos tiene locos y entretenidos creyendo que no hay más allá, pero el costo lo verán más adelante nuestra descendencia.


Marisa Mayer, quien fuera importante ejecutiva de Google, aseguraba que “internet ha relegado la memorización de los conocimientos a la categoría de mero divertimento o ejercicio mental”. Más tarde el profesor en Psicología en la Universidad de Paris Gregoire Borst declaró que “probablemente nuestra memoria está cambiando, en verdad. Ya no sirve en absoluto para lo mismo. Tal vez al final memoricemos los enlaces, los hipervínculos, el trazado que sigue la ruta de la información”[1]


Desmurget, señala que ha llegado el momento de devolverle al libro el lugar que le corresponde y de demostrar que la lectura “por placer” no es en modo alguno una práctica elitista, reservada solo a unos cuantos eruditos privilegiados, sino una necesidad acuciante para el desarrollo de nuestros hijos. Esa lectura por placer tiene un impacto único en el aprendizaje y conocimiento de niñas y niños: fomenta el lenguaje, los conocimientos generales, la creatividad, la atención, la escritura, al expresión oral, la autocomprensión y la empatía. No hay herramienta más útil para el desarrollo cerebral que un libro.


La inteligencia artificial definitivamente es una gran herramienta que debemos aprovechar y usar correctamente para nuestro servicio, como debe ser toda herramienta o tecnología creada por el ser humano. Pero eso no debe implicar arrojar al basurero otras herramienta que estructuran el conocimiento y comprensión, como la lectura a cambio de pantallas de manera indiscriminada.


La periodista especializada en tecnología Ginger Jabbour[2] hace un análisis de el extremo de acudir ahora a la inteligencia artificial para atención psicológica. O sea, un robot terapeuta, una maquina sin alma ni emociones, pero a la que acudimos en busca de consuelo.


Dice “no cobra, no se cansa, recuerda tus secretos y nunca te juzga. ¿Es esta la utopía del terapeuta ideal? Podría parecerlo. Pero hay un detalle: no es humano. Es un chatbot. En una época marcada por la ansiedad y el difícil acceso a la atención psicológica, muchas personas hemos empezado a buscar consuelo en asistentes virtuales”.


Por cierto, con la definición oficial, un chatbot es un programa informático diseñado para simular conversaciones humanas a través de texto o voz, permitiendo interactuar con usuarios para responder preguntas, automatizar tareas y brindar soporte. Los chatbots modernos utilizan inteligencia artificial.


Entonces, un dilema sería: ¿redes cerebrales o redes sociales? Nosotros decidimos. ¿Abandonamos la lectura y la sustituimos por pantallas celosas, mandonas, absorbentes y adictivas?

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[1] DESMURGET, Michel (2025) Más libros, menos pantallas. Cómo acabar con los cretinos digitales, ed. Planeta, Barcelona, España.


[2] JABBOUR, Ginger (2025) La terapia más cotizada del mundo, Letras Libres, n. 321, año XXVII, septiembre 2025, México.




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